Primavera de 1981, Perico y Javi fueron a la Alcazaba a ver un “águila” que tenían en la casa que está junto al actual Museo Arqueológico. Pedro me echó la foto; se trataba de un milano negro. Yo sentía atracción por los animales en general y por las rapaces en particular. Desde chico ya apuntaba maneras, por mi casa (de las de antes, con patio, y luego en un piso) pasaron cigüeñinos, cernícalos, conejos, galápagos, murciélagos, gusanos de seda, escarabajos, cochinillas, hormigas, lagartijas, ranas, culebras, culebrillas ciegas, salamanquesas, camaleones, tritones, gallipatos, barrigones, crías de carpas, gallinetas, vencejos, gorriones, hamsters, ratones blancos y domésticos, perros, gatos, ...
Los bichos me fascinaban; a partir de los 11 ó 12 años estaba con los amigos todo el tiempo libre cerca del río Guadiana, con tiradores, luego escopetas de balines, y pescando. A partir de la adolescencia comprendí que los animales no picaban ni mordían, sólo se defendían, y empecé a considerarlos con respeto; es indudable que mi caso, como el de tantos otros, fue fruto de la obra de Félix Rodríguez de la Fuente, a quien tanto se le debe en este país. Recuerdo con emoción los capítulos de El Hombre y la Tierra. Desde entonces no me conformaba con ver a los animales, tenía necesidad de identificarlos, de conocer sus huellas, siluetas, los cantos de las aves. En esto coincidíamos plenamente Perico y yo.
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